lunes, 29 de octubre de 2007



CIELO EN LLAMAS



“Así, te quería encontrar así; sin ropas, endiablada, voy a roer tu cuello y a jugar a que soy la cura a todo tu mal… adoro tu mal…”

Catupecu Machu




Correr, correr, correr. Los músculos tensos cortando el viento. La sangre agolpándose vertiginosa en cada milímetro de sus venas, fluyendo. La transpiración helándose en la piel. Correr, sólo correr, para escapar, para salvarse.
Las ramas filosas de los arbustos cortaban sus piernas, sus brazos, su rostro, arrancaban su cabello. Sus pies se enredaban con las traicioneras raíces y caía rodando, hiriéndose. Correr…
Estaba en todas partes, arriba, abajo, adelante y atrás… adentro. Su mente intentaba expulsarlo y no lo conseguía. Su alma se tornaba oscura, densa, nebulosa.
El ángel bello y lujurioso la había atrapado, envolviéndola, corrompiendo sus deseos. Destrozaba sus barreras, enmohecía su pureza, contaminaba su ser.
No encontraba una explicación, sólo sabía que él había posado sus ojos de fuego en ella y conoció el infierno, caliente, nauseabundo, irresistible. Esto era tan real como su vida anterior, rodeada de simplezas, de pequeños detalles, de perfecta corrección.
Correr, sin mirar hacia atrás, sin respirar, sin limpiar los hilos de sangre que empañaban su vista. Correr, hasta que la muerte se apiadara de ella.
El cielo se tornó rojo. Lenguas de fuego caían a su alrededor, quemándola. Su piel de luna pálida estaba sucia, irritada, desgarrada y anhelante.
Lo sentía cada vez más cerca, rozándola con sus alas de púas. El aliento embriagador en su nuca, su olor dulce penetrándola, su sonrisa irónica… y los ojos perversos emanando promesas de infinito placer.
El corazón estaba por estallar en su pecho, las piernas no podían más y cayó de rodillas. Su cuerpo desnudo se estremecía de miedo y deseo. Levanto la mirada y lo vio; moreno, hermoso, imponente. Flotaba en el aire y le tendía tiernamente sus manos.
Su mente desechó todos los pensamientos, su alma se esfumó como un suspiro y sólo el instinto permaneció en ella. Ya no sentía dolor, miedo, odio o amor.
Lentamente estiró su mano hacia él y se dejó llevar.

Alitas.

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